SEBASTIAN WIEDEMANN + JENNY FONSECA TOVAR

30.06.2020 - 30.07.2020

Un diálogo, una conversación, nunca es solo entre dos, y mucho menos entre solo dos personas; es entre bloques de sensación, es entre imágenes. Imágenes que se despliegan por variadas materialidades. Audiovisualidades, textualidades, corporeidades… Un diálogo, una conversación es todo un acto de disponerse intersección para el pensamiento, para atravesar y dejarse atravesar por una idea, por una causa común… En este caso, como hacer continuar la vida o en otras palabras como hacer con que la imagen sea lo que siempre está por venir. Una idea que del lado de la inmanencia de la vida se dice metamorfosis, pero que del lado de lo humano se dice gestos de re-existencia ante escenarios de extinción y exterminio. Una idea que aquí Sebastian Wiedemann y Jenny Fonseca Tovar exploran y habitan en medio a un ennegrecer afirmativo del pensamiento de entre-imágenes.

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Re-uniéndose con la vida bajo el signo de Obaluaye:

Algunas notas sobre “Obatala Film” como modo de experiencia

cinematográfico en tiempos de coronavirus.

de Sebastian Wiedemann

Hoy, más que nunca, debemos pensar en un cine de la inmanencia, en un cine que no se restrinja a una forma o lugar. Un cine, cuyo proceso de individuación ocurra por los más variados matamorfismos. Un cine que escape al confinamiento y se diga pura potencia afirmativa de contagio. Después de todo, el cine es la potencia de pensamiento de los intervalos, de crear continuidades en las discontinuidades, de crear proximidades entre imágenes distantes y dispares que entre heterogeneidades componen mundos. Al decir esto, sin duda resuenan en nosotros afectos de la pandemia en curso. El coronavirus haciéndose presente, el coronavirus como imagen pregnante que se impone y que inevitablemente evoca la necesidad de una nueva teoría del montaje del mundo como ocasión cinematográfica, en la cual todos estamos implicados. El cine nunca ha estado afuera de nosotros y naturalmente ahora podemos estar sintiendo falta de ir a una sala de cine, pero, por suerte, el cine no tiene domicilio fijo y mucho menos puede ser puesto en cuarentena. Cuando lo entendemos como modo de experiencia vital, en el cual inevitablemente estamos sumergidos, más que una manifestación humana, el cine es una condición cosmogenética. Estar en el mundo es estar en la inmanencia de un cinematógrafo cósmico. El coronavirus no es la clausura o detención de un mundo, pero si la presentificación de un agente mutagénico que nos obliga a cambiar las lógicas de montaje de un mundo, para que este pueda continuar diciéndose múltiplo. Inventar nuevos modos de hacer seguir la vida, de hacer ocurrir el cine.

La forma-cine puede hasta desmoronarse ante la violencia del virus, pero no sus fuerzas. ¿Podré volver a filmar un film como “Obatala Film”, en Nigeria, en tierras distantes, con otros cuerpos? No lo sé. Pero lo cierto es que, así como las fuerzas del cosmos, las fuerzas del cine no pueden ser arrebatadas. Ellas escapan y avanzan como modulaciones existenciales, como modos de experiencia cinematográficos. Ellas, las fuerzas, insisten en la vida. Y es en este sentido que quiero volver a “Obatala Film”, no como un gesto nostálgico de recordar lo hecho: hacer filmes como el encuentro tangible entre cuerpos. No hay tiempo para melancolías, cuando hay un llamado a continuar afirmando la vida! No cabe volver, pero si hacer continuar aquel film por otros medios. “Obatala Film” fue un gesto de re-unirse, de intensificar el encuentro con los Orishas, con las deidades yorubas, y de componerse con un plano espiritual e inmaterial del pensamiento. Un gesto de hacer visible lo invisible, de dar escape al ashe, a las fuerzas vitales de Oshun – orisha de la fertilidad y maternidad – y de Obatala – orisha de la creación y creatividad. Y ahora, de repente estamos ante esa imagen pregnante, el coronavirus, que se dice igualmente invisible como los Orishas, pero que se vuelve visible como efecto de muerte en los cuerpos. Una imagen que eclipsa, que cambia la trayectoria de un cierto montaje existencial estancado que se dice hábito y no transmutación y renovación de la vida por otros medios. De esta manera, volver a “Obatala Film” como afirmación de memorias de futuro en tiempos de coronavirus, es volver a mirar y a afirmar su potencia bajo el signo de Obaluaye – orisha de las epidemias, de las pandemias, señor de la tierra que quita y da la vida, que causa la enfermedad, pero que también la cura. Condiciones que dicen mucho menos de una moral y mucho más de los procesos transformacionales del mundo y que lo mantienen abierto y en formación constante, y donde las fuerzas de Oshun y Obatala continúan actuando y obrando.

Muchos pueden estar creyendo que el mundo está parando, no obstante, él en alianza con el coronavirus y con Obaluaye continua afirmándose, solo que de esta vez dejando bien claro que la forma-humano nunca fue ni será el centro de la creación o de los metamorfismos de la vida. Lo humano, así como el virus, no es más que un vehículo para que los modos de experiencia, siempre cinematográficos, puedan continuar. Siendo que la experiencia, como plano en que la vida se afirma y se despliega como devenir del cosmos, no pertenece a alguien. En todo caso, los cuerpos le pertenecen a ella. Esta escritura de hecho le pertenece y, a su vez, es un modo de aparecer del cinematógrafo cósmico que disponiéndose a re-animar “Obatala Film”, lo que aspira es a efectuar la puesta en escena de un gesto de contra-hechizo, donde una lógica de montaje de mundo y del propio film como manifestación de mundo, sean reinventadas. En otras palabras, hacer continuar “Obatala Film” en estas líneas como re- escritura y re-montaje. De esta vez implicando la presencia de una imagen pregnante que debe volverse nuestra aliada, así como las fuerzas de Obaluaye, bajo las cuales a su vez Oshun y Obatala son modulados. Una nueva ecología cinematográfica y cósmica es instaurada, una en la cual la proximidad y la distancia entre imágenes pueden cambiar y donde los intervalos pueden ser otros, haciendo emerger imágenes impensadas y acontecimentales. Un montaje crítico y precario, vulnerable y frágil y que, sobre todo, conjura cualquier voluntad de hacer la imagen pregnante una imagen-trauma que nos clausure en la repetición de lo mismo y que, por el contrario, la transmute y trasvolare en repetición que abre espacio y tiempo para la diferencia. Una especie de montaje a distancia, al estilo de Artavazd Peleshian. Un montaje de los distanciamientos, que promueva nuevas espacialidades y temporalidades, así como intersticios para la existencia.

La potencia del hiato, de abismarse en los intervalos, donde las discontinuidades abren re- inicios de mundos de tan amplias que son. En esta variación de “Obatala Film” sobre el papel, en el desplegar de estas líneas y no sobre el film de Super 8mm, el ritmo todavía continua siendo primero, como vibración primordial que emerge de los intervalos y que sustenta el punto de vista de la creación, la pura potencia diferenciadora latente, incluso en el vacío del silencio, aquel que se abre en la presencia de Obaluaye. El vértigo de las aguas de Oshun sería otro, así como entrar en relación con la potencia lumínica de Obatala - creador de la luz - y que desborda los cuerpos. Obatala como una lluvia de chispas de luz y Oshun como una acuosidad y corriente fértil y fecunda de vida, en presencia y bajo el signo de Obaluaye entrando en un proceso de ralentización, de lentificación, de desaceleración donde se abre una otra percepción a los detalles, donde el trance con el mundo como posibilidad de conexión espiritual deja de ocurrir porque se va demasiado rápido y, por el contrario, se abre porque se va demasiado lento, que no es más que la velocidad infinita, donde la vida y la muerte se vuelven indiscernibles. Obaluaye abriendo un cine, indiferente de si ocurre como especulación en estas líneas, que escapa a la percepción humana de lo que está vivo o no, de tan vivo que está, más allá de los umbrales que podemos mensurar con nuestra pobre percepción. No olvidemos que detrás de cada corte hay una continuidad, hay vida como variación infinita, hay un continuum existencial más allá de los polos vida-muerte.


Continuar escribiendo y montando “Obatala Film” de la mano de Obaluaye es acoger, el hecho de que la imagen pregnante puede presentarse como una fuerza de des-montaje o si, se quiere de un montaje de las impermanencias: ¡Aquí está el contra-hechizo! Un estado alegre de catástrofe, donde el cinematógrafo cósmico hace de los cortes ocasiones explícitas de desmoronamiento creador. Vértigo, desfiguración, borradura y rasgadura de imágenes, porque siempre están empezando, iniciando. Re-inicios, dejando atrás vidas efímeras mientras que otras se abren. Obaluaye haciendo durar el inicio de las imágenes entre liminalidades del enfermar y curar de las mismas. Es decir, la afirmación de la condición farmacológica de las imágenes. Ellas como ese Pharmakon que cura o mata. Toda una cuestión de dosis. La medida del virus que pide que la escritura devenga delirio como potencia de pensamiento de un mundo todo vivo, de un pluriverso animista como montaje multidimensional que resiste al eclipse de una imagen pregnante. Film de un afro-futurismo místico como una fabulación especulativa que se aleja de todo dualismo. Somos, porque somos esta escritura, porque esta escritura es la emergencia de ese otro film como futuridad en el presente que en nosotros palpita.


Así que cierro los ojos y empiezo a escribir ese film infinito que se proyecta en la pantalla que es mi cerebro. Ese film, en el que las imágenes me escriben, nos escriben, en el que ya no hay un cerebro que pueda decirse mío, sino que es un cerebro-mundo impersonal como experiencia pura del cosmos en abertura y nacimiento constante. Obaluaye me arrastra, me toma, me lleva, me hace pura caída. Y me dice: abraza la muerte si lo que quieres es abrazar la vida. Ven conmigo, afirma mi signo, sé renovación de la tierra. Podría creer que estoy muriendo, cayendo en el vacío. Esa caída libre en la que mundos van floreciendo y otros se van desmoronando. Pequeños suspiros de mundo y la caída... amada caída se hace aún más vertiginosa, se hace celebración clandestina de la fugacidad de un aliento que se extingue y abre... y abre la vida de nuevo. Oshun se lanza sobre mí, sobre el mundo, lo abraza. Todos los cuerpos, todos infinitamente fértiles, desde siempre infinitamente fértiles. Ahora ellos recuerdan en las vísceras y en la sangre de las sagradas fuerzas femeninas que los paren, que son lluvia. Lluvia de luz, chispas voladoras de Obatala. Chispas que son los propios cuerpos entramándose entre sí, como ríos luminosos en todas las direcciones. La caída avanza, las imágenes en trance, en vértigo de menor adherencia y mayor abstracción. ¡Precipitación! Ojos más que humanos afirmando la creación cinematográfica del cosmos. De un lado un intervalo infinito e inconmensurable entre las imágenes de dos mundos. El de la noche eterna, donde Obaluaye duerme, y el del día infinito, que se desprende de sus sueños. Del otro lado, un torbellino que no deja que la caída termine. Este, un film imposible, sólo quizás intuible en estas líneas como espiral ascendente entre el cielo y la tierra, para los Yoruba, entre Orun y Aiye, como re-unión impensada con la vida.


Un “Obatala Film” que aquí continua afirmándose más allá de la forma-film, por justamente insistir en su fuerza de ocasión-film. Proliferando como variación y divergencia, como diferencia. Él no puede ser reproducido, como si se proyectara el mismo film una y otra vez en una sala de cine, pero continua siendo profundamente productivo, pues en movimiento, aunque en el papel y por otros medios, siempre se dice otro. ¡Es experiencia! Y toda experiencia, cuando viva, se dice otra y cinematográfica más allá del soporte que alberge su vivacidad y cosmicidad. Nunca se trató de ver o volver a ver el film, como quien se dice sujeto que contempla un objeto estético. ¡No más dualismos, por favor! El llamado siempre ha sido el de cómo continuar haciendo cuerpo con “Obatala Film”, el de cómo continuar co- existiendo con él, sabiendo que ambos, por más que tengamos procesos de individuación diferentes, somos conglomerados de imágenes, somos ocasiones para el pensamiento donde modos de experiencia cinematográficos, que son nuestros propios cuerpos luminosos y sonoros, se afirman y entran en devenir. Una re-unión con la vida, una re-unión de imágenes humanas y, más que humanas, que como co-producción constante mantiene activo el proceso cosmogenético. Es decir, somos imágenes entre imágenes, pero la imagen siempre está por venir, así como la vida después de la vida cuando pasa por la muerte.

Imagen pregnante, coronavirus, pero preferimos decir Obaluaye y seguir su signo como la posibilidad de una vulnerabilidad afirmativa, donde el movimiento se dice multiplicidad de potencias genéticas de mundo, que se niegan a ser una totalidad. El virus no totaliza, la voluntad humana, demasiado humana, sí. El virus abre variación y como aliado que es, se manifiesta aquí en la escritura como contagio, que mantiene a “Obatala Film” en proceso y transformación. De la mano de Obaluaye, “Obatala Film” no se dice sólo una ocasión- ofrenda-film, pero sobre todo una ocasión-ofrenda-sacrificio-film. No basta la disposición de la vida ante la vida que de ella se desprende y despliega. Es necesario también que la vida se desapegue de ella misma como muerte, para que pueda lanzarse más intensamente en la propia vida que siempre escapa de morir. Pasajes donde las fuerzas vitales y espirituales son intensificadas, donde el ashe es intensificado. Y, tal vez, ese sea el desafío y destino de todo gesto expresivo, de filmar, de escribir, de entre escribir y filmar ser practicante de modos de experiencia cinematográficos. Es decir, ser medio y canal para intensificar la fuerza vital del cosmos, ser una ocasión productiva y proliferante para ella, como se lo ha propuesto esta escritura y experiencia cinematográfica especulativa en acto, y que ha encontrado como aliados las dos caras del vértigo que hoy vivimos: el virus y Obaluaye.


Re-unirse con la vida, saber que ella es film, es escritura, es experiencia que va de un cuerpo a otro, de una superficie a otra, de una imagen a otra. Y es por eso que aquí afirmamos un cine que va y viene, que ocurre por otros medios, que nace, que se nutre, pero que sobre todo pasa por un morir-nacer que renueva la re-unión con la vida, y que ahora, y de momento, se dice escritura como una manifestación más del complejo morir-nacer, como una manifestación más de la mirada de Obaluaye, donde lo que se expresa es la metamorfosis de la propia vida que circula y se prepara constantemente para tomar otras formas. Así como la vida no pertenece o no puede ser propiedad y simplemente pasa por los cuerpos, “Obatala Film” no pertenece a un archivo digital, a una película de Super 8mm, a una proyección; él pasa y ahora está aquí, no como un muerto viviente o como un fantasma, sino como plena potencia de vida, como esa ocasión siempre extranjera para el pensamiento que por no negar su condición, se dice acogimiento, cuidado y hospitalidad con la vida que palpita y late en el pasaje.


No tengo miedo de no volver a hacer una película como “Obatala Film”. No tengo miedo de lo que ahora empieza a distanciarse (por la presencia de la pandemia, de Obaluaye). Sólo me cabe seguir siendo lo que inevitablemente estoy llamado a ser y a devenir: un practicante de los modos de experiencia cinematográficos, como está ocurriendo en estas líneas. Líneas, palabras, chispas cinematográficas que entre intervalos se preguntan por lo qué comienza a estar cerca. En el medio, lo posible puede emerger... La cuestión no es tener miedo de morir o del fin de un mundo. La cuestión es cómo y con quién queremos morir y comenzar un nuevo mundo. En el medio componer, incorporar el virus y a Obaluaye, en un acuerdo para hacer mundo y cine con ellos. Contra-hechizo, como diplomacia, como cosmopolitica de la imagen y ética radical de los encuentros que los Babalawo e Ifá nos enseñan. “Obatala Film” como ejercicio de futuridad con Ifá, de devir-babalawo, padre y guardián del secreto y, por lo tanto, de la imagen que siempre está por venir, que se recusa a ser totalmente cognocible y pensable, pero que mueve el pensamiento y hace del mundo puro proceso.


Sólo me cabe entonces insistir en que el gesto cinematográfico que fue, es y será “Obatala Film” despierte en quien lo ve y lee el deseo de dejar morir algo, aunque sea minúsculo, para que una co-creación más del mundo pueda seguir, para que la vida continúe siendo afirmada como el pasaje interminable de trazos existenciales por las más diversas superficies y materialidades. Así que sólo me resta soltar a “Obatala Film” y dejarlo seguir con ustedes. Abrir un intervalo más, donde las palabras se callan y las imágenes avanzan, donde le quepa a ustedes especular un des-montaje o un montaje más de la impermanencias por entre-imágenes y en medio a la catástrofe de re-unirse con la vida.

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 OBATALA FILM de SEBASTIAN WIEDEMANN

2019 / S8mm / 7min / b&n / estéreo / Nigeria, Brasil, y Colombia

 ¿Cómo continuar haciendo cuerpo con Obatala Film?

Jenny Fonseca Tovar en respuesta a “Re-uniéndose con la vida bajo el signo de Obaluaye:

Algunas notas sobre ‘Obatala Film’ como modo de experiencia

cinematográfico en tiempos de coronavirus.”

Bajo el pulso de la percusión venida de Nigeria, inevitablemente recuerdo el pulso de la percusión de las clases de danza afrobrasileña e, irremediablemente, surge en mí el deseo de danzar. Un deseo de movimiento que no es forma sino sensación y que intuyo, aún en quietud, podría ser una danza que puede sacarme de la inmovilización del confinamiento, del permanente estatismo en el que, ante el riesgo de contagio, he permanecido durante 99 días.

Junto a ese impulso de movimiento, emerge una cascada de imágenes cuya pulsación vertiginosa hace danza y, por lo tanto, cuerpo. Una cámara viva que, de forma inquieta, explora plantas, texturas, dibujos, aguas y cuerpos que se desplazan hacia algún lugar en un cortejo ceremonial. Una inquieta cámara-cortejo que transita el espacio, lo danza y, al mismo tiempo, lo secreta. Así, me rindo y permanezco inmóvil mirando ese flujo de sonidos e imágenes que se hacen cuerpo y que activan en mi interior, imperceptiblemente, una microdanza que me hace transitar los intersticios entre la vida y la muerte bajo la mirada profunda de Obaluaye o Omolu o Chankpana.

Obatala Film, un filme-cuerpo que, con una cámara-cortejo, transita entre la necromaterialidad y la biomaterialidad: necromaterialidad porque esconde la rigidez del frame, la imagen congelada y estática; biomaterialidad porque reafirma, en la inmanencia de sus imágenes-movimiento, la persistencia (retiniana) de vida. Una biomaterialidad que trasciende la cámara-cortejo para, también, ser montaje-cortejo. Un lugar de pasaje.

Así, la biopotencia de ese tránsito transatlántico de imágenes (filmadas en Nigeria y montadas en Brasil), puede entenderse como una subversión al tránsito transatlántico de cuerpos africanos esclavizados durante la colonización. Por lo tanto, Obatala Film es pulso de vida y muerte, que desafía el confinamiento necropolítico de los cuerpos que, sistemáticamente, han venido siendo escogidos como matables o asfixiables; que desafía a los Estados necrófagos donde persiste la idea colonial de qué cuerpos deben dejar de respirar y, por lo tanto, que desafía a la necropolítica que no ha entrado en cuarentena.

“¡Chankpana leproso! El último en asistir al gran reparto

de los catorce hijos en un parto

solo obtuviste de la sagrada madre

como único don entre los vivos

repartir por el mundo las viruelas

las moscas y los piojos

devoradores de las sangres.

También te rememoraré, padre,

condenados entre las cuevas

necesitamos de tu alivio”

Escribió el autor afrocolombiano Manuel Zapata Olivella sobre Chankpana/Obaluaye en su novela “Changó, el gran putas” (1983). Parafraseando a Zapata Olivella, en esta cuarentena estamos condenados entre las cuevas y Obatala Film nos trae el alivio de la biopotencia de su pulso que se hace danza, que se hace cuerpo y, ¿porqué no?, que lleva alivio a los cuerpos que enfermaron y murieron. La danza de Chankpana/Obaluaye es una danza solitaria por el miedo de mostrar sus llagas y crear repulsión, del mismo modo, la pulsación corpórea de Obatala Film nos impulsa a una danza solitaria inmersos en nuestras casas por el miedo a contagiar o ser contagiados.

En medio de pasos solitarios, este film-cortejo acaba, a modo de coda, con una cámara- cortejo menos inquieta y, junto a las voces que cantan, nos señala el permanente tránsito de vida y muerte que habitamos.


Sebastian Wiedemann es cineasta-investigador y filósofo, o cómo prefiere decir, un practicante de modos de experiencia cinematográficos. Su trabajo investiga las intersecciones liminales que se animan entre cine experimental y filosofía, apelando a la posibilidad de un pensamiento-cine como ecología poética viva, como superficie para la afirmación de una cosmopolítica de la imagen. Sus obras se han presentado en diversos lugares del mundo y ha tenido retrospectivas en Brasil, Colombia, España e Irlanda. En el 2015 su película “Los (De)pendientes” hizo parte de la lista de las mejores películas del año de Artforum y ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine Fronteira (Brasil). En el 2017, su película “Abismo” se incluyó en el proyecto de investigación y la serie de películas Ism Ism Ism: Experimental Cinema in Latin America, concebido por el Filmforum de Los Ángeles como parte de la iniciativa Pacific Standard Time: LA / LA. En el 2019, su película “Obatala Film” ganó el Premio del Jurado en SuperOff Film Festival (Brasil) y en Curta 8 - Festival de Cine (Brasil). También es editor y curador de la plataforma en línea Hambre | espacio de cine experimental que se centra en experimentos críticos que buscan dialogar con nuevas tendencias en el cine de vanguardia latinoamericano y a través de la cuál ha editado los libros “La Radicalidad de la Imagen. Des-bordando latitudes latinoamericanas. Sobre algunos modos del cine experimental”. (2016) y “Pensamientos migrantes: Lo que las imágenes nos fuerzan a pensar. Intersecciones cinematográficas”(a estrenar en el  2020). Más recientemente publicó como autor el libro “Deep Blue: Future Memories of a Livings Cinematic In-Between” (2019).


Jenny Fonseca Tovar Colombiana. 39 años. Documentalista. Artista visual y del cuerpo. Habita los intersticios entre la imagen en movimiento y el cuerpo en movimiento. Al mismo tiempo que habita los intersticios entre Colombia y Brasil. Realizadora de Cine y Televisión de la Universidad Nacional de Colombia, con una formación paralela en danza contemporánea y danza afro. Hizo su maestría en Artes Visuales en la Universidad Federal de Río de Janeiro y, actualmente, es candidata a doctora en Artes Visuales por la Universidad de São Paulo. Su investigación doctoral se pregunta por cómo, desde prácticas artísticas colaborativas, podemos subvertir a la necropolítica que mata, descuartiza, quema, masacra y desaparece determinados cuerpos.


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